El Regidor. (San Antonio, Tex.), Vol. 2, No. 75, Ed. 1 Saturday, June 28, 1890 Page: 2 of 4
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—Esa señora. - '•*
—¿ Que señora ?
—Ya Maléala que quiero de.
eir....
—¡ No tal!
—¡Oh! ¡ «i tal I-dijo ¡ntencio-
nalniente Margarita bajando ios
ojos.
—\jNo os comprendo! ¿Es de
la señora Séverin de quien ha-
bláis ? • j
Sin duda.
—¿Y como os puede echar ella
de mi casa ?
—Ella no, «¡no el señor....
.¿Mi marido i
—^No ós enfades haced cuen-
ta que natía oh he dicho.
—¡Echaros á vos! ¡á la nodri-
za! de mi hija, que la cuida tan
bien, que le da la vida! ¡Quisie-
ra ver qnién lo intentaba !-d i jo
la joven madre con una energía
que Margarita nq hubiera jhhÍí-
<lo sujHiiier en ella.
—n¡ Así me gusta!—«lijo la alde-
ana con iugeuuídad.-Claro está
que aquí todo es vuestro: la ni-
ña, el marido, la fortuna.... aun-
que uo lo j are e
—\¡Oh! callud-repuso Andrea.
Y salió de la eHtancia violen-
tamente, refugiándose en hu cuai-
to, donde dejó correr sus lágri-
mas.
XXIX
—nEs verdad-se decía,-yo no
soy nadie en mi casa. Esa aldea-
na me lo demuestra á cada ins-
tante ccm sus miradas. .. Athe-
nais no vive así en su casa; Mar-
garita no vivía así en la suya.
I)e repente se detuvo; mil
circunstancias que habían pasa-
do desapercibidas, surgieron en
su memoria.
Volvió los ojos á su infancia;
¡Sus padres! Siempre había
pensado en ellos para llorarlos,
jamás para hacer comparaciones
con su propia existencia.
Ahora veía más claro; recor-
daba como vivían unidos, como
como se hablaban... En nada se
parecía aquel matrimonio al su-
yo-
Su madre era la reina en su
hogar, y ninguna mujer" extraña
se mezcla'a en la intimidad de
su vida.
¿ Por qué no pasaba lo mismo
en su casa?
Era joven, inexperta, ignoran-
te de la direccióu de su casa;
pero su madre cuando se casó
sería lo mismo....
Athenais misma habría apren-
dido en la práctica.
Esta es la historia de todas h s
jóvenes que se ta«an.
¿Qué es lo que les da aplomo,
autoridad en la familia i
El matrimonio.
¿ Por qué sucedía lo contrario
en ella ? ¿ Por qué su marido la
trataba con aquella (¿espótica su-
perioridad, sin tener nuuca para
ella una frase de expansión ni de
cariño ?
De repente una figura se des-
tacó en medio de la sombra ^e
aquel cuadro.
La figura de Athenaia. ,
Aquella figura ahora la visi-
taba.
Margarita le había dicho que
seria desj^edida por el señor Da-
íifroy sr sabía que no quería bien
á la señora Séverin.
I Podía ser cierta tal monstruo-
sidad?
Andrea sentía en su corazon
que sí.
La nodriza le había dado á en-
tender que no era el ama de su
casa, y en la manera de mirar la
nodriza á la señora Séverin, com-
prendió que de aquella mujer
nacía para ella una ofensa.
Andrea se ateiró de todas es-
tas preguntas que se agolpaban
á su meute, del problema que se
presentaba ante ella, y emoción
sorda y rugiente agitó su cora-
zón.
Tenía miedo de ir mas lejos,
de investigar mas allá.. f .
Hubiera querido volver á dis-
frutar aquella calma de muerte
que acompañó á sus primeros
meses de casada, y que había a-
huyeutado la maternidad.
Durante muchos dias perma-
neció abatida y llorosa; después
su dolor se mitigó, se adoriuecio,
pero se despertó en ella una ne-
cesidad de movimiento y de dis-
tracción, que no había sentido
hasta entonces.
Quería respirar el aire libre,
quería recorrer las calles de Pa
rís, los paseos, mezclarse al mo-
vimiento de la gran ciudad. ..
Un día, un lunes que hacía un
tiempo admirable, la nodriza tu-
vo que puedarse en casa con la
niña, que estaba indispuesta.
Andrea tuvo uno de esos ir-
resistibles deseos de salir, como
si tuviera que acudir á una cita
importante.
Vistióse, y sin decir nada á
nadie, sin abrazar á su hij a, co-
mo pensionista que teme ser sor-
prendida en su primera escapa-
toria, salió dirigiéndose hacia el
Luxemburgo.
¿Por qué?
Porque estaba más lejos.
El jardín estaba lleno de niños
que jugaban á la vista de sus
madres y niñeras, á la sombra de
los árboles; las jóvenes madres
hacían laltor...'.
Andrea las contempló á todas
y le pareció que tenían la expre-
sión gozosa; se contempló á sí
misma, y sti soledad le hizo da-
ño, presentándosele mas doloroso
el vacío de su vida, y tuvo ten
taciones de huir, é impulsos de
llorar.
Creyó que todo el mundo la
miraba; se sintió ofendida, quiso
huir, y temiendo entrar en su ho-
gj r sombrío, ee dirigió á la calle
d 1 Este, próxima al Luxembur-
go, donde vivía á la sazóa la se-
ñora Séverin, que no era aún ge-
nerala ni ocupaba la casa aristo-
crática de la calle de las Pirámi-
des, donde la hemos conocido
después.
I Por qué se dirigió á casa de
la señora Séverin ?
Porque era la única mujer á
quien trataba, y además el ins-
tinto y la fatalidad la guiaba,
también....
Jamás se había presentado de
improviso á semejante hora en
easa de la señora Séverin, que
vivía en un piso tercero de la
calle <1*1 Este.
Andrea subió sin
nada al portero, sin que
fijara en ella, y llamó á la
de su tutor.
Una criada le abrió la pwaij
Hacía poco tiempo que est*
en la casa, y le preguntó:
r~\ Está la señora Séverin I
—No sé; yo he salido á un
cado y vuelvo ahora mismo;
ro lo sabrá la otra criada: al
señora quiere, aguardar
mentó, lo preguntaré.
—No hay necesidad-dijo
drea, que creyó tener
confianza en la casa para toi
tal licencia,-yo misma lo v<
ya sabéis que si está, para mi
ha de negarse.
/—Ya sé que es la señora
lifroy.
—La misma.
Y sin aguardar respuesta at
vesó la antesala y entró en el
lón que estaba desierto.
Audrea no quería estar sol
huía de sus propios pensamú
tos, y se dirigió al gabinete
ticular de Athenais.
—Aquí estará-se dijo;-no
dia de recibir y de seguro no
guarda á nadie.
Al llegar á la puerta trató d<
abrir.
Estaba cerrada por dentro.
Esto extrañó á la joven qi
permaneció inmóvil un momen^
to....
I)e pronto... ruido confuí
de voses llegó hasta ella, v<
que reconoció; en primer lugar,
la de Athenais... después, la
voz de un hombre.
Su primer impulso fué de huír^
Una carcajada ía detuvo...
¡Acuella carcajada, no había du-
da, era de su marido!
I Era esto posible ?
Después de todo, qué teuía de
extraño? Era amigo de la seño-
ra Séverin; la veía á menudo...
Pero i jior qué estaba la puer-
ta cerrada ? . |
Andrea sintió que su corasón t
se agitaba.
Sin embargo, era inocente, tan
candorosamente honrada, que
quiso alejarse por discreción, por
temor de encontrarse frente á
frente con su marido en un mo-
mento inoportuno, cuando de
repente llegó hacia ella el soni-
do de un beso prolongado.
Sin saber lo que hacía se acer-
có á la puerta, escuchó, se puao-i
pálida, y automáticamente apro-
ximó sus ojos al agujero de la
cerradura.
xxx *fg|B
Andrea vió y escuchó...
Marcos Dalifroy y Athenaii
estaban en q) gabinete.
Athenais vestida con una ele-
gante bata de casa.
Marcos Dalifroy tenía su traje-
habitual, esto es, vestido de ne-
gro de pies á cabeza y apenas su-
mujer pudo reconocerle; tan
tinta era sn expresión y maneras
de las que le conocían en la calle
de Turena.
¡Aquel dia era otro hombre!'.
Nada en él de grave y solem.
ne; un abandono natural, una-;
sonrisa expansiva, la mirada ar-
diente, la expresión animada.
Estaba no sentado sino tendido
cerca de la chimenea, en una
moda butaca, y Athenais con
cabello Atedio suelto,
por la estancia, haciendo ondi
vák • ullik
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Pablo Cruz Y Cia. El Regidor. (San Antonio, Tex.), Vol. 2, No. 75, Ed. 1 Saturday, June 28, 1890, newspaper, June 28, 1890; San Antonio, Texas. (https://texashistory.unt.edu/ark:/67531/metapth192886/m1/2/: accessed July 11, 2024), University of North Texas Libraries, The Portal to Texas History, https://texashistory.unt.edu.; crediting UT San Antonio Libraries Special Collections.